EL NACIMIENTO DE GINA; EL PARTO QUE NUNCA SOÑÉ
Cuando pensé en escribir un blog tenía claro que tarde o temprano escribiría los relatos de mis dos partos. Quizás ya lo hayas oído o quizás seas como yo que adoro leer relatos de partos una y otra vez. Cada parto es único. A veces sale como esperábamos, a veces hay cosas que hubiéramos cambiado y a veces hay imprevistos y lo que iba a ser un momento especial pasa a ser una intervención más o menos traumática que deja una huella en ti. Una cicatriz mucho más difícil de curar que las heridas físicas. Aún y así, ese ha sido TU parto, el parto de tu bebé, su llegada al mundo.
El parto es un momento importante y toda mujer merece sentirse respetada, informada y apoyada. El parto de Gina ya te aviso que no fue el parto ideal. Cuando tienes a tu bebé encima y lo ves, lo tocas, lo hueles, se te olvida todo lo que acaba de pasar y te quedas con que «todo ha salido bien», «estamos vivxs» y pasas página hacia tu nueva etapa. Tiempo después, cuando lees/oyes otros partos, ves que efectivamente tienes una espina clavada, porque no todo fue bien. No te vale con salir viva. ¡Faltaría más! Hay cosas que han pasado en esa sala de partos que se podían haber evitado y, en lo más profundo de tu ser, lo sabes.
El guión de mi parto fue escrito de antemano por un protocolo anticuado del hospital Quirón Dexeus donde di a luz. Cuando mi embarazo cruzó el ecuador, la ginecóloga empezó a hablarme del parto y lo primero que salió fue el tema de mi miopía. Tengo lo que llaman miopía magna; es decir, más de 6 dioptrías. Según ellos, eso me incapacitaba para pujar en el parto ya que podía tener un desprendimiento de retina, así que me ofrecieron cesárea programada o parto instrumentalizado. Fue una decisión complicada. Me aterraba que un parto instrumentalizado pudiera causarle daños a mi hija, pero una cesárea es una operación importante y la ginecóloga me comentó que usarían vacum (ventosas) que es menos agresivo que los fórceps. En fin, lo acepté y me lo creí. El miedo a perder la visión hizo que «sacrificara» la idea que tenía para el parto de mi hija. Años después supe que el riesgo de desprendimiento de retina no era tal como me había dicho.
Pasaron las 40 semanas y el insomnio que me acompañó durante todo el embarazo hizo que no dejara de pensar en las posibles consecuencias de usar ventosa en la cabeza de mi hija, así que los últimos días no pude dormir absolutamente nada. Tenía unas pesadillas tremendas. A eso se le sumó la angustia de que mi marido estaba trabajando de turno de noche, estaba sola en casa. He de decir que mi madre se ofreció a quedarse en casa conmigo, pero prefería avisarla cuando ya estuviera de parto.
Gina no se decidía a salir y nos empezamos a impacientar. Parecía que iba a ser una niña bastante grande y eso hizo que la ginecóloga nos pusiera fecha para una inducción en la semana 41. Ya que cuanto más grande fuera, más complicaría el expulsivo y más riesgos para mis ojos (según ellos), así que programaron la inducción para el jueves, pero por suerte no llegamos.
La noche del domingo al lunes empecé a tener contracciones suaves e irregulares. Nada nuevo, Gina estaba muy encajada y eso me provocaba bastantes calambres y molestias desde hacía semanas. Pasó el día y las contracciones se animaban a ratos, sin ser aún de parto. Avisamos a mi madre que vino en el primer tren para quedarse conmigo. Llego la tarde y las contracciones empezaron a regularse y a molestar más. No eran contracciones como para ir al hospital, pero entonces mi marido me dijo: «o vamos al hospital o me tengo que ir a trabajar». Eso me bloqueó muchísimo y decidimos irnos al hospital.
Como era de esperar, llegamos demasiado pronto. Me estaba poniendo de parto, el cuello uterino estaba casi borrado y centrado, pero aún no había empezado a dilatar más allá de los 1-2 cm que había dilatado durante las últimas semanas. Las contracciones eran muy fuertes y seguidas (cada 2-3 min). Me tumbaron para monitorizarme y fue la gota que colmó el vaso. Me descontrolé por completo. Gina venía mirando hacia arriba y no apoyaba bien la cabeza, por lo que las contracciones no eran tan efectivas pero sí muy dolorosas. Perdí las fuerzas y decidieron ponerme la epidural cuando estaba de pocos centímetros. He de decir que, a pesar de no estar aconsejada tan pronto, fue mi salvación. Aunque me pusieron un gotero con oxitocina, las contracciones no eran tan fuertes como las que yo estaba teniendo antes de la anestesia y descansé.
En pocas horas dilaté bastante, pero comadrona y ginecóloga decidieron romper la bolsa para aligerar. Después de eso las contracciones se animaron y la epidural que sólo me hacía efecto por un lado, dejó de hacerme efecto. A pesar de avisar varias veces a la enfermera, la máquina pitaba a cada rato. Resultó que el catéter de la epidural estaba obstruido con un coágulo y la anestesia no pasaba correctamente.
Con el cambio de turno (ya llevábamos varios, ya que ingresé a las 21h y eso era ya como a las 10h del día siguiente) la nueva anestesista se dio cuenta de que la epidural no me hacía efecto porque no pasaba. Para no volver a pincharme en la espalda, cada media hora venía y me ponía la anestesia con una jeringa. De repente empecé a notar un dolor horrible y llamamos a la enfermera (estábamos solos) y ésta se lo tomó con calma. Yo me moría de dolor y no venía nadie. Tuvimos que avisar varias veces. Finalmente empezó a entrar gente y resultó que el dolor era porque Gina venía mirando hacia arriba y no tenía espacio para salir (Esa posición se llama occipito-sacra y se da en algunos casos). Si no hubiese estado tumbada en la cama seguramente hubiera podido salir aunque estuviera así, pero en aquella postura dijeron que no podía. La anestesia ya no me hacía ningún efecto y no había tiempo para esperar a que me pusieran algo, tenía que parir YA.
Me dolía tanto que no sabía de dónde sacar fuerzas. Eran casi las 12h y llevaba una eternidad con contracciones. Pasamos de estar completamente solos a tener en la sala de partos a: una enfermera, la anestesista, dos comadronas, dos ginecólogas, dos estudiantes, mi marido y yo. ¡Pásen y vean! La ginecóloga me avisó que me iba doler mucho pero que tenía que girar a la niña y ponerla mirando hacia abajo. El dolor fue mortal, creo que es lo más doloroso que he sentido en toda mi vida. La niña encajada en un sitio que no había espacio y la mano de la ginecóloga agarrando esa cabeza para girarla… sin palabras.
Cuando consiguió girarla empezaron los pujos. Otra vez apareció la alerta por miopía. «Esta mujer es miope y no puede pujar, hay que ayudarla.» Yo ya estaba en un punto de que me daba igual todo, lo que quería era terminar y tener a mi hija en brazos. Tenía fiebre, el dolor era insoportable y por si fuera poco me moría de sed. La comadrona se subió encima y empezó a hacerme la maniobra de Kristeller (prohibida en Reino Unido y desaconsejada en España por la OMS). Yo pujaba, ella apretaba y la ginecóloga sacó el bisturí porque claro, la ventosa iba acompañada de episiotomía.
Me llevé el pack completo y en 3 pujos salió Gina. Una niña preciosa de 3.710kg y 53cm. Con sus ojos azules nos dio la bienvenida a la ma/paternidad. Unos inicios complicados con una niña que tenía un hematoma en la cabeza a causa de la ventosa y gritaba cada vez que la ponía de lado para mamar.
Mi recuperación fue muy dura, la cicatriz se curó bastante rápido (aunque aún a día de hoy la sigo notando), pero tuve muchísima hemorragia durante la cuarentena y durante una semana mis piernas estaban tan hinchadas que no podía casi andar. Fue un parto y postparto muy malos, pero soy quien soy por todo lo que he vivido.
Otro día escribiré el relato del parto de Chloe que nada tiene que ver con éste y curó todas esas heridas que me dejó este parto. Espero que mi experiencia sirva para evitar que otras mujeres pasen por algo así. Gracias por leerme y nos vemos la semana que viene!
FOTO: LAURA ESPADALÉ FOTOGRAFÍA
Laura
9 agosto, 2019 at 22:03Me ha impactado muchisimo y enganchado desde el minuto cero!
La Mamisis
9 agosto, 2019 at 22:53Fue un parto muy complicado que me dejó muy mal recuerdo. No se me olvidará nunca que a las pocas semanas le decía a una amiga… me gustaría volver ahora al momento del parto porque sé que lo puedo hacer mejor. Me culpaba de lo mal que había salido todo y me sentía muy mal, era como si me hubiera fallado a mí misma. Por suerte puede sanar ese recuerdo con el parto de Chloe. Gracias por leerme 🙂
Jorge
9 agosto, 2019 at 21:50😊
PAULA
8 agosto, 2019 at 13:05Fue un parto muy duro. Yo te abrazo María <3
La Mamisis
8 agosto, 2019 at 14:34Lo fue, pero gracias a él soy quien soy. Gracias a ese parto horrible luche por un parto increíble con Chloe. Muchas veces pienso que si hubiera tenido un parto no traumático pero corriente (hospitalizado, epidural que funciona e intervención relativa) seguramente me hubiese parecido aceptable y el segundo seguramente lo habría hecho igual. Ese parto tan traumático me ayudó a replantearme las cosas. Gracias por leerme y por tu abrazo 🙂
Maria de los Angeles
7 agosto, 2019 at 20:23En el relato de hoy, queda más que claro, que la mayoría de las mujeres estamos en situación de vulnerabilidad por la falta de experiencia y de información cuando vamos a traer al mundo a nuestros hijxs, y si a eso se añade que todo el proceso está trufado de dolores ,molestias e incomodidades el final se convierte en un mal recuerdo.Suerte que al ver a nuestros bebes todo pasa a segundo plano, pero es muy interesante conocer las experiencias ajenas por si son susceptibles de mejorar y tener un buen recuerdo de ese momento crucial en nuestras vidas.
Muy interesante el relato de esta semana
La Mamisis
8 agosto, 2019 at 14:30Muchas gracias!:)