ABRAZAR NUESTRAS SOMBRAS PARA LLEVARLAS A LA LUZ
Cuando nos convertimos en madres, por algún extraño motivo, emprendemos un camino en el que la culpa está siempre al acecho. Y aunque reconozco que yo también tiendo a caer en ciertos momento en ese sentimiento de culpa, no dejo de preguntarme el por qué somos tan poco tolerantes con nosotras mismas como madres.
Estamos embarazadas y ya cuestionamos absolutamente todo lo que hacemos, comemos o dejamos de hacer o comer. Nuestro entorno tampoco ayuda a liberarnos de esa culpa. Es muy común infantilizar a las mujeres y más si son gestantes. Como si la gestación nos anulara el entendimiento y ya no fuéramos capaces de tomar decisiones adultas.
Vivimos en una sociedad paternalista que de por sí ya trata a las mujeres como si no fuéramos capaces, pero cuando estamos embarazadas o somos madres, parece que esta situación se acentúa. Y el miedo, a no hacerlo lo suficientemente bien, no ayuda.
Todo esto, junto a un sentido de hiperresponsabilidad para con nuestro bebé, hace que la culpa se instale en nuestra cabeza y se ponga bien cómoda. Puesto que va a acompañarnos por muchos muchos años, probablemente durante el resto de nuestra vida.
La maternidad consiguió darme la paciencia con mis hijas que nunca había conseguido tener para nadie antes. Consiguió volverme infinitamente más tolerante. Sin embargo, me volvió mucho más crítica conmigo misma. Así que muchas veces necesito parar y reconciliarme con mis propias limitaciones. Con mi humanidad. Con mi parte de mujer que, por supuesto, comete fallos y lo seguirá haciendo.
Mis errores o limitaciones tienen consecuencias, como los de todo el mundo. A veces sin importancia y otras no. Pero poco a poco he conseguido ir reconciliándome con ellos. Poco a poco he ido aprendiendo a que ser madre no te da el superpoder de no equivocarte, sino que te da el superpoder de poder enmendar muchas veces tus errores.
Equivocarnos nos indica que estamos vivas y nos permite APRENDER. Aprender a pedir disculpas. Aprender a contar hasta 10 antes de decir algo. Aprender a querer mejorar. Aprender a que siempre habrá cosas para mejorar y que está bien así. Aprender a ser más tolerantes con nosotras mismas.
La gente que me conoce de hace años, me suele decir que he cambiado mucho en estos años de maternidad. Que mi forma de maternar ahora es muy diferente a como lo era en mis inicios como madre primeriza y me gratifica mucho escuchar estas palabras.
Sí soy la misma, pero inevitablemente he vivido muchas cosas en estos casi 4 años. He ido evolucionando y madurando. He luchado contra mis sentimientos de culpa, cuando me he dado cuenta que algo no lo había hecho bien con mis hijas. He conseguido día a día perdonarme, para dar lugar al aprendizaje que me ha ido moldeando hasta ser la madre y mujer que soy ahora.
La maternidad nos pone frente a un espejo donde vemos reflejadas todas nuestras limitaciones. Donde vemos nuestra parte más tierna y amorosa, pero también donde vemos las sombras de nuestros fallos. Reconciliarnos con nuestro reflejo es una oportunidad que nuestras hijas e hijos nos brindan, pero al final es un trabajo que nosotras debemos estar dispuestas a hacer. Abrazar nuestras sombras para llevarlas a la luz. Aceptar nuestros errores, sin culpa, para ofrecernos la posibilidad de buscar la solución. Casi siempre la tiene.
¿Cómo gestionas tú el sentimiento de culpa? Gracias por estar una semana más ahí. Recuerda que puedes subscribirte a la Newsletter para no perderte ninguna entrada al blog. Hasta la semana que viene. ¡Qué tengas un bonito día!
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